¿Para qué sirve la recompensa?
Ya te lo decía al principio: estás activando un montón de emociones positivas. Recompensarte por el trabajo realizado te anima.
Se generan endorfinas que contrarrestan las sensaciones desagradables que te provoca enfrentarte a las tareas que te resultan pesadas o complicadas.
Volviendo al ejemplo del caballo y la zanahoria, ¿sabes lo que consigue esa zanahoria?: mantiene al caballo enfocado en lo que tiene delante, en el camino. De la misma forma, la recompensa te mantiene enfocada en la consecución de tus objetivos.
Además, el placer que te genera disfrutar tu recompensa, predispone a tu cerebro a ser creativo, a afrontar nuevos retos y tareas. Y esto es muy positivo para tu emprendimiento.
¿Cómo debe ser la recompensa?
Para que genere reacciones positivas en tu cerebro, no puedes acudir a cualquier recompensa sin control. Necesitas que las recompensas que planifiques cumplan dos premisas:
- Ser deseada: La recompensa que te prometas debe ser algo que te guste, que te haga soñar, planificar e ilusionarte.
- Ser adecuada y proporcional a la tarea a la que la asocias. Si no, podría dar resultados no desaeados o no dar ninguno, como vamos a ver ahora.
¿Qué ocurre cuando la recompensa es muy pequeña o muy grande?
Pongamos por caso que has elegido una recompensa muy pequeña para una tarea que te ha supuesto un gran esfuerzo o una gran inversión de tiempo. El resultado sería que no te compensa el esfuerzo, así que las próximas veces posiblemente te encuentres desmotivada y no tengas ganas de acometer un esfuerzo semejante. Porque total, para lo que te vas a llevar… Darte recompensas muy pequeñas y no darte ninguna es prácticamente lo mismo.
¿Y al contrario? Cuando la recompensa que planificas es mucho mayor que el esfuerzo que has realizado, la próxima vez, por poco que aumentes la dificultad, necesitarás una recompensa aún mayor, y así sucesivamente, así que llegará un momento (no muy lejano) en que las recompensas a tu alcance no serán suficientes para satisfacer los esfuerzos pequeños y medios.
Y por fin… ¿con qué me puedo recompensar?
A esta pregunta podrías encontrar millones de respuestas. Básicamente porque la mejor respuesta la tienes tú.
Tienes que valorar qué esfuerzo te supone cada tarea, cada día, cada semana… y tener claras las cosas que te gustaría obtener “a cambio” (puedes tener, por ejemplo, un listado de posibles recompensas).
Lo que para mí puede ser un pequeño esfuerzo para ti puede suponer sudar un poco de tinta. Y la recompensa que para mí es maravillosa, para ti puede ser calderilla. Cada uno tenemos diferentes deseos y diferentes medidas para el esfuerzo, así que lo mejor es que seas tú misma la que responda a esa pregunta.
Pero si quieres una orientación, puedo contarte lo que me gustaría a mí:
Para tareas diarias (para mi planificación diaria personal) escogería una siesta, dedicarme 5 o 10 minutos más de descanso leyendo un libro que me encante, dedicarme una canción para bailar a solas, bloquear un rato para jugar a mi juego favorito o meditar un poco.
Para tareas algo más grandes (por ejemplo, si cumplo con mi planificación semanal), me gustaría una tarde de cine o ir a tomar algo con mis amigas o mi familia.
También podría comprarme ese vestido al que le tengo echado el ojo y que está en oferta tirado de precio, aunque quizá esto lo dejaría para objetivos más potentes, como cerrar una venta.
Y así, según va creciendo la dificultad y el esfuerzo que tienes que realizar, puedes ir aumentando la recompensa en consecuencia hasta llegar a tus objetivos anuales.
Dependiendo de estos… ¿quizá podrías recompensarte con unas vacaciones especiales?
¿Qué te parece si me escribes y me cuentas cómo es tu sistema de recompensas?